Bello, moro y
español 
como la Torre  del Oro, 
catedral de
luz cristiana 
con el bulto
transitorio 
iba Joselito
el Gallo 
de punto en
punto redondo.
Como Dios, por
todas partes 
estaba: por
los periódicos, 
por los muros,
por las bocas, 
por las almas,
por los cosos…, 
todo lo
multiplicaba 
y lo
enaltecían todos.
Estaba el
lugar de España 
tan enamorado,
loco, 
la mitad de su
valor 
y la mitad de
su rostro.
¡Talavera de la Reina !
Calavera yo te
pongo 
por mal
nombre, mala sombra, 
mala tarde y
malos toros.
Calavera,
Calavera, 
sitio del
drama más hondo.
Allí salió a
Joselito 
un toro de
malos modos, 
malintencionados
cuernos, 
malintencionados
ojos.
Bailador lleva
por nombre, 
miren qué
nombre tan propio.
¿Qué muerte no
es bailadora 
ante una vida
de plomo?
La hechura
mejor de Dios, 
la nata de lo
gracioso, 
el rey de la
torería, 
allí se quedó
sin trono, 
allí se quedó
sin forma, 
allí perdió su
cogollo 
con el toril
de las venas 
medio abierto
a sus arroyos.
España, que
estaba entonces 
pajiza en el
abandono 
de su sol y de
su campo, 
se hizo un
borrón. Sólo lloros 
y ayes por
todos los pueblos 
se oían y
terremotos.
Toda la tierra
temblaba 
de sentimiento
y asombro.
Aumentó el
Guadalquivir 
su volumen
caudaloso 
con el limón
que esgrimían 
las sevillanas
sin novio.
A mares
lloraban todas 
cuando el
entierro lujoso 
pasó y él
embalsamado 
iba hacia Dios
y hacia el foso.
La capa de
atorear, 
frágil defensa
y adorno 
airoso de su
existencia, 
hecha de su
muerte apoyo 
por cabecera
llevaba 
para el último
reposo.
¡Cuánta corona
pusieron 
sobre su ataúd
precioso!
Hasta el rey
rindió la suya 
al que era
real en todo.
Ante su cuerpo
tirados 
los claveles
luminosos, 
se abrían las
venas sobre 
alamares de
sus hombros, 
pura
transfusión de sangre 
pretendiendo
generosos, 
por ver si lo
levantan 
de su lecho
mortuorio.
Allá, por el
polo norte 
del candor,
¡qué puro polo!, 
un deshielo de
jazmines 
le caía
silencioso 
y las rosas,
boquiabiertas, 
expiraban como
elogios, 
como
presencias de besos 
de muchos
labios hermosos 
que, no
pudiendo sus besos 
de verdad dar,
por esposos 
o galanes le
mandaban 
sus ejemplos a
manojos.
¡Adiós,
Joselito el Gallo!
¡Adiós, torero
sin otro!
Dejas el ruedo
eclipsado 
su círculo
misterioso 
con la soledad
del sol 
y la soledad
del toro.
A todos les
viene ancho 
aquel anillo
sin fondo 
que a tu vida
se ajustaba 
cabal y
preciso, como 
hecho de
encargo por Dios 
para tu arte y
tronco.
                                                       Miguel Hernández
[El torero más
valiente. Tragedia española. Obra teatral
en verso.
Romance
recitado por el personaje EL CIEGO.]
 
 
 
José Gómez Ortega, llamado “Gallito” y más tarde también “Joselito” (Gelves, Sevilla, 1895 – plaza de toros de Talavera de la Reina, 16 de mayo de 1920, cornada del toro “Bailador”).
ResponderEliminarMiguel Hernández Gilabert (Orihuela, Alicante 1910 – Alicante, 1942 (enfermería de la prisión alicantina), poeta y dramaturgo.