sábado, 25 de abril de 2015

El reloj de la arena

           Sobre el ruedo de arena va la espada
señalando el horario del toreo.
El noble olvida al turco y al ateo
y le ofrenda rejones a su amada.

De la Invencible ya no queda nada.
Que los mozos se dan al jubileo
de lidiar con las reses sin rodeo
y brindarle al Patrono la cornada.

Continúa el reloj su recorrido.
El ruedo es un jardín, un bien nacido
semillero de frutos que Dios guarde:

el valor, la esbeltez, la lid honrosa.
Y la emoción de oír bajo una losa,
cómo suenan las cinco de la tarde.


                                                                   Miguel Valdivieso

miércoles, 15 de abril de 2015

Al toro (fragmento)

           Ese toro que se queda
parado en medio del ruedo,
me está diciendo que yo
debiera seguir su ejemplo.

*

Cuando el toro embiste claro
no hay que dormirse en la suerte:
hay que despertarse en ella
para no soñar la muerte.

*

El toro busca en el bulto,
como la mística santa,
la claridad de una luz
que transparente su alma.

Una transverberación
punzante como una espada
que atraviesa el corazón.

*

“Por tierra que toda es aire”,
por aire que todo es fuego, 
por fuego que todo es luz,
corre ese toro tan negro.

*

Hay tanta sombra en los ojos
de ese torito de fuego
que se está quemando vivo
y parece que está muerto.

*

El bramido de ese toro
es tan hondo y desgarrado
que hasta la muerte parece
que no quisiera escucharlo.


                                                                  José Bergamín

domingo, 5 de abril de 2015

Toros de Venancio

           No están nunca ni en el bronce quietos,
porque no son de bronce ni de piedra,
son de la inquieta estirpe de la llama,
del azogue en que abrevan su fiereza
bajo la piel zaína de sus pátinas.

Son de aliento y vacío y oleada
en el círculo inmenso de la dársena
que en el metal fundido delimitan
los dos puñales de su frente airada.

Hay un pálpito quieto de inquietudes,
en la furia que el escultor remansa.

Por eso está tan viva su apostura
y tan caliente la sangre en sus entrañas.


                                                                  José Ramón Gómez Nazábal