sábado, 25 de junio de 2016

Conjuros

            Por la cruz
y por la banderilla
y por la zapatilla
que se mancha de sangre.
Y por el alambre.
Por la pica
y por la rebotica.
Por el lance templado
y por el destemplado.
Por la media verónica
y la columna jónica.
Por la muleta
y por la veleta
que zumba
que tumba
que gira
y que vira
en el redondel.
Por la profecía
y por la agonía
de un sueño
pequeño.
Por la indagación
del temple y del son.
Por el caballo que se desboca
y por el subalterno que se destoca.
Por el diestro
y por el siniestro,
por la chicuelina
y la percalina
que a la bestia
encela
y la desencela.
Por el hosco brillo,
por el amarillo
y rosa del capote,
por el estrambote
de un adorno airoso.
Y por el reposo
y por la armonía
que le pones luces
al jaco,
a la arena
al beso
a la pena
de la muchachita
que agita
que mueve
su sangre y su pecho
su risa y su lecho
soñando
y amando.
Por la siempresola
hora de las cinco.
Por la
siempremuerta
hora de la puerta
sellada
y cerrada.
Por toriles turbios.
Por la mariposa
de la revolera.
Y por esa cosa
mágica y torera
que vuela
y revuela
desde el suelo
al velo.
Por el esportón
y por el cabrón
del toro marrajo
que a tajos
y a hachazos
salta al callejón.
Por la taleguilla
y por la estampilla
y por el altar.
Por la sacristía.
Por la profecía
y el olor a cera
que arde en la capilla.
Por el salmodiar
y por el rezar.
Por José Cubero,
ángel o torero.


                                                               Javier Villán

miércoles, 15 de junio de 2016

Rafael de Paula



Id a los arrabales blancos del sur y traedme el silencio a punta de capote. Allí crece la ortiga al filo de las tapias y el murciélago sueña de negro y azabache, suspendido del techo con garras fragilísimas en los cuartos oscuros hundidos por la cal. Cómo dice su pena al abrirse de capa, pareciera un albatros tirado en el albero que, de pronto, remontara los inmensos abismos y subiera a los tronos de los reyes errantes. Un equinoccio azul ha bajado a la plaza y los arqueros de bronce disparan bulerías para traspasar al arcángel, sus ojos milenarios están ciegos, pero llenos de luz.

Y dos alas heridas se funden en la fragua donde el toro y el tiempo estallan como olas.


                                                                  José María Jurado

domingo, 5 de junio de 2016

Ruedo de Carratraca

            La plaza en plena roca abierta se deshace
lentamente y la almagra un destino denuncia
de vuelo suspendido. Tan sólo embiste el eco
del canto de los pájaros, que en el alba repiten
con su frío los valles. La cinta de la aurora
perfila las montañas: ojo rojo en el cielo.
Los granates despiertan en el barranco. Pasan
a su manso quehacer cotidiano las bestias.

Sabré luego a qué día estamos hoy de marzo
a las mil ochocientas setenta y seis en punto,
cuando deje su blanca pamela en la barrera,
abandonada y sola, Eugenia de Montijo.


                                                                  María Victoria Atencia