lunes, 25 de marzo de 2013

Reverte


El popular torero de los cantares,
de talle de palmera y ojos de moro,
todo resplandeciente de seda y oro
bajo los refulgentes rayos solares,

con su muleta barre los costillares
mientras Sevilla entera aplaude en coro,
y airando se revuelve, bramando, el toro
rozando con sus astas los alamares.

Liada la muleta tiene Reverte
y enfilado el estoque para dar muerte
y tender a sus plantas a su enemigo…

Y, rasgando el silencio, de pronto, suena
una voz femenina, rota de pena:
¡No te tires Reverte, vente conmigo!


                                                                   Francisco Villaespesa

viernes, 15 de marzo de 2013

Cogida y muerte de Pepete


… Saltó al ruedo el tercer toro.
Negro, con la piel tan fina,
que el sol resbalando brillo
de agua corriente fingía.

Ya está Pepete en la arena.
Ya la fiera lo divisa.
Ya hasta el momento suspende
su irremediable caída.
Pepete, como la tarde,
de azul y de oro vestía.
El ala de su capote
revolaba en sangre viva.

¡Qué bien plantado! ¡Qué firme
su arrogancia bien nacida!
Las grandes patillas negras
y la cintura de avispa.
De negro carbón los ojos,
la mano morena y fina.
Como sombra la mirada
de la reina le seguía.

¡Dadme, dadme la garrocha!
¡Quiero ser bandera viva
que en el cielo de esta tarde
flamee su gallardía!

Flotó su cuerpo en el viento.
¡Oh, mariposa cautiva,
clavada por el instante
de la tarde en la vitrina!

Debajo, el toro buscaba
su bella presa perdida.

-¡Que se repita la suerte!-
la reina a voces pedía.
-No la repitas, Pepete!
¡Pepete, no la repitas!
El toro ya está avidado,
y en ello te va la vida.

Nuevamente hendió los aires,
pez de seda en agua limpia
de sol de mayo…
La fiera
le aguardó inmóvil, erguida.
Cinco veces hundió el cuerno
en aquella llama viva.
Disuelto en los cinco chorros
se le escapaba la vida.

Ya se lo llevan del ruedo
con rumbo a la enfermería.
Ya son de vidrio sus ojos
y de cera sus mejillas.
Amarilla flor tronchada
se deshoja su sonrisa…
Sangre y tarde, sobre el ruedo
en claveles florecían.


                                                                   Federico Muelas

martes, 5 de marzo de 2013

Soledad y muerte del torerillo


Sobre un encaje de luna,
bordados de estrellas blancas…
Sobre las brumas del río,
temblores de madrugada…

Riza los juntos el viento
como trenzas de otro y plata
y en la lividez remota
de la campiña lejana
va exprimiendo el horizonte
zumos de color naranja…

Sobre el camino de polvo,
la luz incierta del alba
acompaña al torerillo
como un ángel de su guarda…
Salió de noche…, muy noche,
y por compaña llevaba
luces de gloria en la frente
y albor de rosa en el alma…

Un desfile de ilusiones
por los ojos le cruzaba
como lejano espejismo
que jamás la mano alcanza…
La emoción, aguas abajo,
iba derramando lágrimas
de negras penas dormidas
y de tristezas calladas…

Los espinos de la cerca
tienen suavidades blandas
para la lluvia de anhelos
que por el cuerpo resbala…

Un capotillo liviano
que vino envuelto de faja
se despliega por el aire
en un vuelo de esperanzas…

¡Acude… torito…, toro!...,
que ya llega la mañana
y los vaqueros madrugan
y están atentos los guardas…

Y acude el torito, toro…
¡Toro de la mala entraña!...
Y atraviesa al torerillo
con cuarenta puñaladas;
y en un siniestro volteo
por los espacios lo lanza
como un muñeco de trapo,
como una brizna de aulaga…

Un revuelo de gemidos…
Una angustiosa llamada…
Y luego, sólo el silencio,
el aire…, la luna…, nada…

Sobre el suelo han florecido
grandes rosas encarnadas,
que va besando la luna
con pasión de enamorada…
Nadie lo vio… Nadie supo
cuándo el ángel de la guarda
se apartó por los caminos
de los luceros de plata…

Soledad de soledades
en la muerte que acechaba
con frías manos de hielo
tras los espinos y zarzas…

Allí queda el cuerpo roto…
Allí están abandonadas
en la aspereza del campo
una vida…, una esperanza…
Nadie cerrará sus ojos…
Nadie besará su cara
con dolor enternecido
por las lágrimas amargas…

Canta al viento la tragedia
vestida de negras galas,
mientras los cuervos, de negro,
baten alegres sus alas…

¡Ay torero…, torerillo…,
torero de la desgracia!...
¿Dónde se esconde tu madre
que no acude, aunque la llamas?...
¡Solo en tu campo de muerte,
la soledad te acompaña!...


                                                                 José de la Vega Gutiérrez