domingo, 25 de octubre de 2015

El picador

           El sacerdote asirio, el triste artista
que ha de picar, sobre el jamelgo escuálido,
con la lanza en la mano espera, pálido,
que el fiero bruto bramador le embista.

En el gentío enorme está su vista
como perdida; es un centauro inválido
y grotesco: cirial que funde el cálido
bochorno de la tarde de amatista.

Ya el bruto le embistió; se desmorona
el ídolo ancestral de ojos cansinos
y, en informe montón, penco y persona;

se ensangrientan los cuernos asesinos,
mientras la tarde bárbara sazona
un acre olor de rotos intestinos.


                                                                   José del Río

jueves, 15 de octubre de 2015

Esa caricia suave -¡el buen toreo!-

           Esa caricia suave -¡el buen toreo!-
diálogo en amistad, por franciscano;
del animal y el hombre, mano a mano,
y a punto el redondel en su apogeo.

En alta persuasión alto aleteo,
su gracia suma en aire soberano
al toro le da entrada como hermano
y la gloria lo envuelve en su rodeo.

Suave, muy suave, lento en don y dote,
pasmo en la precisión de un mundo ansioso.
Si añora la destreza, le rocía

la seda en las albricias de un capote.
Fiel de un día radiante y jubiloso,
¡plaza de toros!, ¡sol de la alegría!


                                                                  Vicente Marrero

lunes, 5 de octubre de 2015

La música callada del toreo

           De luz en sueño y sombra la corrida:
un abrir y cerrar, verte y no verte,
un quererte en silencio por prenderte,
llama espiral, ceñida y desceñida.

Un silbo que aposenta su medida
en el aire acordado de la suerte,
un pase de la luz al de la muerte
o en alas de la sombra al de la vida.

Un prodigioso mágico sentido,
un recordar callado en el oído
y un sentir que en mis ojos sin voz veo.

Una sonora soledad lejana,
fuente sin fin de la que insomne mana
la música callada del toreo.


                                                                  Rafael Alberti