miércoles, 25 de marzo de 2015

Torero

           Marinero… Marinero…
¡Guárdate el verde del mar,
que yo quiero ser torero!
¡Quédate con tus sirenas,
tu mar y tu catalejo,
tu bergantín y tus jarcias,
tus peces y tus luceros;
guarda la estrella polar
en el bolsillo del pecho
y quédate con tus islas
de rumba y sabor a océano
y con la brisa que mece
barlovento y sotavento
tu barco lleno de luna,
que yo quiero ser torero!

Dame a mí plazas redondas,
lunas de arena o panderos;
toritos de siete hierbas
enjabonados de negro,
y un capote enamorado,
violeta y amarillento,
en una tarde de junio
sin una nube en el cielo;
con banderas desmayadas,
sin tener brazos de viento
que recojan su desmayo,
que el aire se está muy quieto
si cuernos de escarcha buscan
calor de ingles y pechos.

Dame una música que haga
bailar a los burladeros,
y un ¡ay! que te coge el toro,
y un ¡olé! lleno de miedo,
y un ¡viva tu madre, niño!
y un revolar de pañuelos
que pongan blanca a la tarde
cuando salude en los medios.

¡Marinero!... ¿Marinero?
¡Deja el mar para los peces,
que yo quiero ser torero!


                                                      Juan José Cuadros

domingo, 15 de marzo de 2015

Tarde

           Quieta la sangre en el fulgor altivo
de una herida de flor sobre la arena
se deshoja el silencio. La serena
voluntad de la suerte tiñe un vivo

alamar de ofertorio y agonía.
Desnuda la muleta. Ciñe el cielo
la rojigualda luz de un paño al vuelo
hecho nardo, cintura y alegría.

Que se muera la muerte; que la vida
sea llamarte entre torres y banderas.
Capote, sol, clavel, brisa encendida,

labio al borde de nuevas primaveras…
¡Qué hermosa está la tarde derretida
en el coso de amor de tus hogueras!


                                                                   José Miguel Santiago Castelo

jueves, 5 de marzo de 2015

El capote de Belmonte

           Este capote que implora
la bendición de la muerte
y la convoca en la suerte
queriendo ensanchar su hora,
de una tentación agónica
con la mortal atadura
que mantiene la cintura
presa en su media verónica.
Y en la verónica entera,
determinada en su centro
hacia la muerte por dentro
y hacia la gloria por fuera.
Con su juicio sumario,
la leyenda así lo quiere
y lo convierte a diario
en capote literario
que muere porque no muere.


                                                                   José Alameda