lunes, 25 de noviembre de 2013

Al maestro Antoñete

            Esta tarde la sombra está que arde,
esta tarde comulga el más ateo,
esta tarde Antoñete (dios lo guarde)
desempolva la momia del toreo.

Esta tarde se plancha la muleta,
esta tarde se guarda la distancia,
esta tarde el mechón y la coleta
importan porque tienen importancia.

Esta tarde clarines rompehielos,
esta tarde hacen puente las tormentas,
esta tarde se atrasan los mundiales.

Esta tarde se mojan los pañuelos,
esta tarde, en su patio de Las Ventas,
descumple años Chenel por naturales.


                                                                   Joaquín Sabina

viernes, 15 de noviembre de 2013

Becerro

           No eres nada y ya eres todo,
tembloroso becerrete
en la tarde sin clarines.

Tu testuz, que aún es frente
que piensa y sueña en la ubre,
sin adivinar la muerte
que pugna por asomar
en tus pitones inermes,
tiene encerrado en sus huesos
el clima duro y caliente
de la tarde circular
que te espera sin saberte.

En tu cabeza, sin halo,
de pitones impacientes,
que hoy oprime los ijares
de tu madre, dulcemente,
está el dolor del encierro
huérfano de prados verdes,
el picor de la divisa
que sufrirás impotente,
y el fogonazo de luz
en tus ojos inocentes;
de esa luz que ha de alumbrar
tu bravura, en unas suertes
que, sin tú saber por qué,
te llevarán a la muerte.

No eres nada y ya eres todo,
tembloroso becerrete.
Las notas del pasodoble,
el brillo de los caireles,
el vuelo de los capotes,
el trapo del presidente,
el miedo de los caballos,
la saña de los jinetes,
la cruel burla del quite,
los arpones, frío y fiebre,
la soledad en los medios,
el grito de ¡fuera gente!,
el rojo de la muleta,
mira, toro, toma, vuelve,
acero que brilla al sol,
toro y hombre frente a frente,
y el relámpago de hielo
por las entrañas que hierven…

No eres nada y ya eres todo.
Todo encerrado en tu frente,
dulce becerro que tiemblas
en el prado verde, verde…


                                                       Rafael Azcona
 

martes, 5 de noviembre de 2013

Yiyo

           Y fue como en la arena es la partida
cuando el arte de lidia lo requiere;
audaz golpe de un juego que es suicida
si el toro bravo sabe que se muere.

El Yiyo, fugazmente, allí escondida
la muerte vio en el ojo: reflejada
como una propia muerte suspendida
de afilado cuerno y de la nada.

Elevado hacia el cielo por un hilo
-corazón de torero destrozado-
desde la oscura axila sorprendido.

Un clamor a la plaza puso en vilo.
Así quedaba escrito en su costado
el resumen de un arte y de una vida.


                                                                  Manuel Arce