Apenas
anunciaste a la manada
con mugidos
azules tu venida
y ya un doble
proyecto de embestida
apuntaba en tu
frente desarmada.
¡Qué verde
aquella noche perfumada!
¡Qué negra tu
silueta! ¡Qué encendida
tu mirada zaina
sorprendida
al alba en tu
primera madrugada!
Ya metes los
hollares, ya te besa
la gloria
vegetal de la dehesa
con almarjos,
sapinas y espiguillas.
Y ya esperas
tu suerte remansado
sobre la
tierra blanda del cerrado
con ensueños
de albero y taleguillas.
II
Por fin se
abre el portón y tú te sumas
entre
destellos, brillos y oropeles,
a derribar
jinetes y corceles
alzándolos en
vilo como plumas.
Amasado de
miedos y de brumas,
te cobras del
percal los aranceles
y dibujas
estampas de carteles
al vuelo del
capote que perfumas.
Una danza de
quiebros y de embroques
adorna de
floridos palitroques
tu piel
peninsular de mapa mudo.
Y el duende de
la sangre de las flores
deja en los
alamares sus colores
escarlata,
carmín y rojo agudo.
III
Una gélida
sombra, desgajada
de la fría
memoria del acero,
vino tras el
engaño del torero
a arrebatar la
luz de tu mirada.
En un instante
denso la alborada,
esa brisa
salada del estero
y el aroma de
mieles del romero
se quedaron
prendidos de la nada.
Descansa la
testuz, toro meleno,
que como
fuiste noble, fiero y bueno
y de tu brava
casta hiciste alarde,
altivo y
orgulloso, quedo a quedo,
en tu cielo
darás la vuelta al ruedo
con el último
aliento de la tarde.
Jesús Fernández Novoa (Logroño, 1945), poeta.
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