tal día, y a
tal hora, y en tal suerte:
una vida de
muerte
y una muerte
de raza.
Dentro del
ruedo, un sol que daba pena,
se hacía más
redondo y amarillo
en la
inquietud inmóvil de la arena
con Dios
alrededor, perfecto anillo.
Fuera, arriba,
en el palco y en la grada,
deseos con
mantillas.
Salió la
muerte astada,
palco de
banderillas.
(Había hecho
antes,
a lo sutil, lo
primoroso y fino,
el clarín sus
galleos más brillantes,
verdadera y
fatalmente divino.)
Vino la muerte
del chiquero: vino
de la valla,
de Dios, hasta su encuentro
la vida entre
la luz, su indumentaria;
y las dos se
pararon en el centro,
ante la una
mortal, la otra estatuaria.
Comenzó el
juego, expuesto
por una y otra
parte...
la vida se
libraba, ¡con qué gesto!,
de morir, ¡con
qué arte!
Pero una vez -había
de ser una-,
es copada la
vida por la muerte,
y se
desafortuna
la burla, y en
tragedia se convierte
***
Morir es una suerte
como vivir:
¡de qué!, ¡de qué manera!
supiste
ejecutarla y el berrendo.
Tu muerte fue
vivida a la torera,
lo mismo que
tu vida fue muriendo.
No: a ti no te
distrajo,
el tendido
vicioso e iracundo,
el difícil
trabajo
de ir a Dios
por la muerte y por el mundo.
Tu atención
sólo han sido toro y ruedo,
tu vocación el
cuerno fulminante.
Con el valor
sublime de tu miedo,
el valor más
gigante,
la esperabas
de mármol elegante.
Te dedicaste
al hueso más avieso,
que te ha
dejado a ti en el puro hueso,
y eres el
colmo ya de la finura.
Mas ¿qué
importa? que acabes... ¿No acabamos?
todos, aquí,
criatura,
allí en el
sitio donde Todo empieza.
Total, total,
¡total!: di: ¿no tocamos?
a muerte, a
infierno, a gloria por cabeza.
Quisiera yo,
Mejías,
a quien el
hueso y cuerno
ha hecho
estatua, callado, paz, eterno,
esperar y
mirar, cual tú solías,
a la muerte:
¡de cara!,
con un valor
que era un temor interno
de que no te
matara.
Quisiera el
desgobierno
de la carne,
vidriera delicada,
la
manifestación del hueso fuerte.
Estoy
queriendo, y temo la cornada
de tu momento,
muerte.
Espero, a pie
parado,
el ser, cuando
Dios quiera, despenado,
con la vida de
miedo medio muerta.
Que en ese ‘cuando’,
amigo,
alguien diga
por mí lo que yo digo
por ti con voz
serena que aparento:
San Pedro,
¡abre! la puerta:
abre los
brazos, Dios, y ¡dale! asiento.
Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 1891 - Madrid, 1934), célebre torero, escritor y miembro destacado de la Generación del 27. Murió a causa de una cornada del toro 'Granadino' en la plaza de Manzanares (11 de agosto de 1934).
ResponderEliminarMiguel Hernández Gilabert (Orihuela, Alicante 1910 – Alicante, 1942 (enfermería de la prisión alicantina), poeta y dramaturgo.