Salve, toro de lidia, inquieto poderío,
es dulce por el campo tu paso de tormenta;
como un ciclón dormido sobre la yerba empinas
la bellísima estampa de tu acero enlunado.
Hijo de sol y gleba. El corazón de España
tembló por horizontes de campiña y dehesa,
y tú naciste, toro, en un parto de furia.
Fue redoble de gracia tu primera arrancada.
Se forjó tu alegría en un crisol de estirpes.
Puede con tu nobleza la caricia de un niño
y saben las encinas de tu honda valentía
domada solamente por la paz de los campos.
En el viento de España, rasgado de cornadas,
hay banderas secretas izadas por tu sangre,
tu sangre convertida en un vaho de tragedia.
Sólo porque tú existes es brava la belleza.
Choto lleno de gracia, cobijado en las ubres,
sin posibles crespones en límites del juego.
Eral con un intento de cornear mariposas
en alegre retozo de oscuro aprendizaje.
Yo he visto tu primera rebelión poderosa,
al perder la manada, al sentir soledades.
Yo buceo tu pupila hecha presentimiento,
con asombro de ruedos y cerco de garrochas.
Tú que sólo soportas el roce de la espiga
o la sombra brevísima del vuelo de la alondra.
Tú que maduras lento, acumulando furias,
condensando en los ojos tu inmenso poderío.
Ya estás, toro, en la plaza, cumbre de plenitudes,
violento florecer del músculo y la gloria.
Inteligencia y arte regulan tu embestida
y la cintura es puente para que pase el miedo.
Salve, toro de lidia, aunque la muerte sea
el precipicio abierto a tu noble arrancada,
tu sangre es necesario que nos riegue esta tierra
para que permanezca su viril calentura.
Es la muerte y el arte en un tremendo vértice,
en unidad increíble sobre tu cornamenta.
Cuando eras en la arena derribada grandeza
algo se quiebra entonces en el alma de España.
Julio
Alfredo Egea