Profesando
bravura, sale y pisa
graciosidad su
planta:
la luz por
indumento, por sonrisa
la beldad
fulminante que abrillanta.
Sol, se ciega al
mirarlo.
Galeote
de su ciencia,
su mano y su capote,
fluye el toro
detrás de sus marfiles.
Concurren
situaciones bellas miles
en un solo
minuto
de valor, que
induciendo está a peones
a la temeridad
como tributo
de sus
intervenciones.
Se arrodilla,
implorante valentía,
y como el
caracol, el cuerno toca
a éste, que a
su existencia lo hundiría
como en su
acordeón los caracoles.
La sorda
guerra su actitud provoca
de la
fotografía.
Puede ser
sonreír, en este instante
crítico, un
devaneo;
un trágico
desplante
- ¡ay
temeraria luz, no te atortoles! -
hacer
demostraciones de un deseo.
Heroicidad ya
tanta,
música
necesita;
y la pide la
múltiple garganta,
y el juzgador
balcón la facilita.
Muertes
intenta el toro, el asta intenta
recoger lo que
sobra de valiente
al macho en
abundancia.
Ya casi
experimenta
heridas el
lugar sobresaliente
de aquel
sobresaliente de arrogancia.
Ya va a
hacerlo divino.
Ya en el
tambor de arena el drama bate…
Mas no; que
por ser fiel a su destino,
el toro está
queriendo que él lo mate.
Enterrador de
acero,
sepulta en
grana el arma de su gloria,
tan de una vez
certero,
que el toro,
sin dudar en su agonía,
le da para
señal de su victoria
el miembro que
aventó moscas un día,
mientras su
muerte arrastran cascabeles.
¡Se ha
realizado! El sol que prometía
el pintor, si
la empresa, en los carteles.
de ‘Corrida Real’