¡Ay!, por el
hondo callejón del luto
muge la pena y
hunde su cornada
sobre el pecho
redondo de la tarde
que junto al
río sola se desangra.
Viene arrastrando
el viento dolorido.
Viene el dolor
y pide un poco de agua.
Y llega la
amapola de una herida
como una
puerta triste y entornada.
Huele a clamor
de sangre en los pitones
de los
becerros que en el campo pastan.
Los rabos
pendulean. Toros niños
se van en
busca de sus madres vacas.
Crecerán con
la leche de la yerba.
Serán viriles
rayos en las plazas.
Furores
masculinos desatados.
Pensamientos
de muerte por las astas.
Serán burlados
toros en la arena.
Sufrirán el
colmillo de las varas.
Flores de banderillas
en sus carnes
le dolerán de
súbito en el alma.
Y luego el
rojo trapo de la muerte
- como si
fuera acaso una mortaja -,
les besará la
furia de los cuernos
cuando les
muerda el corazón la espada.
Ellos son la
alegría de los campos,
los quijotes que
mueren cara a cara,
relámpagos de
músculo de encina
condecorados
con la sangre brava.
La tierra los
parió. Son hondos hijos
de hierro y de
la roca. Tienen casta
de raíces de
fuego por las venas
y huracanes
que embisten a las capas.
Qué grandeza
al morir. Qué valentía
con la cabeza
erguida de arrogancia.
Bajo el
cuchillo puntillero
quisieran que
la tierra los tragara.
Toros de
lidia, nobles toros bravos
que mugen por
los campos de mi patria,
mi corazón
empuño, y os lo tiro
como un rojo
clavel que huele a España.
Luis Álvarez Lencero (Badajoz, 1923 - Mérida, 1983), poeta y escultor.
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