lunes, 25 de enero de 2016

A Juan Belmonte

           Andar tirando de la vida tanto,
cruzándose con ella,
templándola, mandándola,
viendo pasar los cuernos siempre cerca.
Y el vacío que dejan los amigos, cuando dejan,
y el acordado toro de la pelaje negra,
y la gloria que va desvaneciéndose,
y la mocita fresca, y el caballo nervioso,
y las piernas inútiles, y no los veinte,
sino setenta.

A ver pronto, el estoque enmohecido,
la cansada muleta,
prepárame José el toro de la muerte,
que voy a hacerle mi mejor faena.


                                                                 Pedro Garfias

viernes, 15 de enero de 2016

Corrida en el pueblo (IV)

           Los brazos se alzan. Toro, toro, ¡embiste!
Trozos pesados de materia inerte
barren como una capa aquella sombra.
¡Ooo… lé!
¿Dónde está el toro? Un cuerno
viene en el aire.
¡Ooo… lé!

Los garapullos se levantan; bríndenle
colores frescos a un testuz cansado.
“¿Voy o no voy? Oh verde prado,
oh margaritas del ayer. Oh, corro…
La música no engaña”. ¿Qué? Algo ha ardido.
Algo sigue quemando. Oh, cielos. Alza
por vez primera su testuz al cielo,
y muge. Oh, este becerro que una mano pide.
¡Pasa! ¡Vuelve a pasar! ¿Quién manda?
La espesa tela roza largamente,
y los ollares soplan. Sangre gruesa;
un tábano. Voz sola. Ahora un silencio.
La figurilla
vuelve destacada.


                                                                 Vicente Aleixandre

martes, 5 de enero de 2016

Elegía a Joselito (fragmentos)

           Lenta la sombra ha ido eclipsando el ruedo.
Ya grada a grada va a colmar la plaza.
Vino triste de sombra, vino acedo
tiñe ya casi el borde de la taza.

Fragilidad, silencio y abandono.
Cobra el gentío un alma de paisaje
mientras siente el torero hundirse el trono
y apagarse las luces de su traje.

[…]

José, José, ¿por qué te abandonaste
roto, vencido, en medio a tu victoria?
¿Por qué en mármol aún tibio modelaste
tu muerte azul ceñida de tu gloria?

[…]

La verónica comba, el abanico,
la larga caligráfica y precisa,
el galleo -a los hombros el hocico-
y el arrancar -trofeo- la divisa.

El quiebro repetido, el par al sesgo
o en diametral oposición forjado,
dibujando en la arena, a flor de riego,
un radiante teorema entrecruzado.

[…]

Y las órbitas rojas de los pases
ceñidas siempre en torno a tu cintura,
y el fulminar tu espada en tres compases
una vida burlada en escultura.

La lidia toda, atada y previsora,
sabio ajedrez contra el funesto hado.
Gesto de capitán, cómo te llora
la cofradía del aficionado.

Y todo cesó, al fin, porque quisiste.
Te entregaste tú mismo; estoy seguro.
Bien lo decía en tu sonrisa triste
tu desdén hecho flor, tu desdén puro.


                                                                  Gerardo Diego